Pablo, el peor de todos

Superabundante

Rafael Zúñiga
7 min readJun 6, 2018

“La siguiente declaración es digna de confianza, y todos deberían aceptarla: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», de los cuales yo soy el peor de todos.” — 1 Timoteo 1:15–17

Hablar o escribir acerca de Pablo no es cosa fácil. Muchos lo han hecho antes de mí, y lo han hecho con superioridad. Este es mi mejor intento, hasta ahora, en tratar de desmenuzar la impresionante obra de gracia divina que se hizo en Pablo. Miles de páginas aún pueden ser escritas en asombro, al ver el poder transformador de la misericordia de Dios sobre este hombre. Llenó todo lo que existía en aquel entonces del evangelio de Dios, y aún tenía hambre de ir a donde nadie había ido para predicar las buenas noticias de salvación. Fundó iglesias y levantó pastores. Escritor de trece libros del Nuevo Testamento, de los cuales, el apóstol Pedro reconocía la profundidad de sus escritos. El mismo infierno reconocía la persona de Pablo y la autoridad que sobre él reposaba. Era amado por los gentiles, odiado por muchos judíos. Fue teólogo, apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro. ¿Cómo hizo todo esto? La respuesta es: la abundante gracia de Dios en él.

Estoy seguro de que si Pablo estuviera vivo y lo presentáramos con todo lo dicho anteriormente, lo primero que haría sería hablarnos de su conversión; del día en que fue encontrado por Cristo en el camino a Damasco. Esto es un ejemplo para nosotros: que siempre debemos recordar el momento en que Jesús nos sacó de nuestra más densa oscuridad para hacernos suyos por siempre.

Blasfemo, perseguidor e insolente

Cuando Pablo escribía esta carta, lo hacía con un corazón pastoral, deseoso de preparar a un hombre como Timoteo para el trabajo duro del ministerio. El apóstol empezó con una serie de instrucciones sobre como cuidar a la iglesia de doctrinas falsas y de aquellos que las divulgaban. Pero, Pablo hace un alto abrupto en medio de sus consejos para recordarle a Timoteo de aquella misericordia que lo salvó; se detiene para hacer un resumen de su vida antes de Cristo. En esto hay algo importante: el Evangelio lo es todo; de él fluye toda la vida práctica que la iglesia necesita. Es simplemente asombroso como Pablo une sus primeros consejos con la verdad del glorioso evangelio de la gracia de Dios.

Lo que es más sorprendente aún, es la humildad que había en este hombre. De manera rápida, le recuerda a Timoteo (y a todos) de donde lo sacó su Salvador. Pablo se describe como “blasfemo, perseguidor e insolente”. Blasfemo, porque sus palabras eran de insultos en contra de todo lo que tenía que ver con Cristo. Su odio lo hacía hablar en contra de Jesús y los primeros cristianos. Perseguidor, porque parte de su vida religiosa la dedicó a ir detrás de todos aquellos que profesaban y predicaban deCristo como el Mesías. Cuando Jesús lo encontró, Pablo se dio cuenta que no perseguía solo a hombres, sino a Jesucristo mismo. Su celo mal enfocado lo llevaba a perseguir y querer destruir la obra del Señor por medio de su iglesia. Pero, no hay oscuridad suficiente que la luz de la gloria de Jesús no pueda vencer. E insolente, porque estaba lleno de arrogancia y soberbia en sus palabras y actos contra todo lo que tuviera que ver con la enseñanza de Cristo; ni había misericordia en él para con los primeros creyentes. Sin embargo, llegó el día en el que su viaje fue interrumpido por la Luz que alumbra a todo el mundo. A partir de este momento, la vida de Pablo nunca más fue igual.

En manos de la gracia

Toda la vida de Pablo es una historia de gracia, desde antes de nacer hasta su último suspiro. Toda su teología, su predicación y sus convicciones fluían de esta palabra: gracia. No había ningún otro tema que le interesara más a Pablo que este. Aún muchos cuestionaban si la gracia era una licencia para pecar (Rom. 6–7), pero no, todo lo contrario: caer en manos de la gracia es vivir una vida transformada por el Espíritu, donde día a día nos parecemos más a Cristo y podemos disfrutar de una comunión ininterrumpida con Dios nuestro Padre. Una vida saturada de gracia nos lleva a pensar, hablar y actuar de acuerdo a la santidad de Dios y a los gloriosos propósitos que tiene para cada uno y su Iglesia. Así como hemos recibido de gracia, podemos dar de gracia a otros que la necesitan. Ya no estamos sujetos a una ley por temor, sino que su gracia nos da el poder para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios porque le amamos. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la gracia de Dios! Por un lado tan infinita e incomprensible, pero por el otro, tan fácil de recibir como cuando a un niño se le da un regalo, aun cuando su comportamiento haya sido un desastre. Pablo sabía muy bien que no fue su buen desempeño religioso como fariseo ni sus credenciales o estatus social y económico. ¡No! Nunca será eso, sino solo lo gracia libre y superabundante de Dios.

Aquí unos cuantos versículos en los cuales el apóstol Pablo exalta la gracia de Dios:

  • “Pero aun antes de que yo naciera, Dios me eligió y me llamó por su gracia maravillosa. Luego le agradó revelarme a su Hijo para que yo proclamara a los gentiles la Buena Noticia acerca de Jesús.” ‘- Gálatas 1:15–16
  • “Yo no tomo la gracia de Dios como algo sin sentido. Pues, si cumplir la ley pudiera hacernos justos ante Dios, entonces no habría sido necesario que Cristo muriera.” — Gálatas 2:21
  • “Sin embargo, lo que ahora soy, todo se debe a que Dios derramó su favor especial sobre mí, y no sin resultados. Pues he trabajado mucho más que cualquiera de los otros apóstoles; pero no fui yo sino Dios quien obraba a través de mí por su gracia.” — 1 Corintios 15:10
  • “Cada vez él me dijo: Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad. Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí.” — 2 Corintios 12:9
  • “De manera que alabamos a Dios por la abundante gracia que derramó sobre nosotros, los que pertenecemos a su Hijo amado. Dios es tan rico en gracia y bondad que compró nuestra libertad con la sangre de su Hijo y perdonó nuestros pecados.” — Efesios 1:6–7
  • “Pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios.” — Hechos 20:24

Como puedes ver, la gracia era el hilo central de todo lo que Pablo era. Desde ese momento glorioso en que vio a Cristo cara a cara, nunca fue el mismo. Su corazón cambió por siempre y esa gracia lo llevó a hacer todo lo que hizo. Pablo es un gigante de la fe cristiana, no por su increíble trabajo, sino por la gracia de Dios que actuaba a través de él.

De ejemplo para otros

Otro aspecto del trabajo de la gracia de Dios en Pablo es como él se veía en comparación de otros. Este es el único lugar en sus cartas en donde él dice: “En la lista de los pecadores, yo soy el primero; yo soy el peor de todos”. Y esto no lo dice por querer aparentar ser más humilde, sino que cuando la gracia de Dios nos abraza, los pecados de los demás no tienen tanto valor como los nuestros. Vemos nuestras fallas e imperfecciones ante un Dios tan glorioso, que lo único que deseamos es estar en buenos términos con Dios por medio de Jesús.

No cabe duda que, muchos de nosotros hemos pasado por esa sensación de culpa y condenación cuando vemos nuestro historial pecaminoso. Quizá estés atravesando por momentos donde no te acercas a Dios porque sentimientos de vergüenza están aterrando tu alma y mente. Para todo ésto, el apóstol tiene la mejor noticia: “La siguiente declaración es digna de confianza, y todos deberían aceptarla: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Si Dios pudo salvar, perdonar y darle propósito a un hombre como Saulo de Tarso, ¿crees qué no lo puede hacer contigo? Su gracia es poderosa, es irresistible. No hay corazón duro ni oscuro que se le resista. Es más, las tinieblas de Pablo no ahuyentaron a Jesús. Fueron el escenario perfecto para que Cristo viniera corriendo a su encuentro y lo conquistara para siempre.

Así que, ningún pecado tuyo por más bajo que sea, es suficiente para excluirte de la gracia de Dios. Pablo le dijo a Timoteo: “Pero Dios tuvo misericordia de mí, para que Cristo Jesús me usara como principal ejemplo de su gran paciencia aun con los peores pecadores. De esa manera, otros se darán cuenta de que también pueden creer en él y recibir la vida eterna” (1 Ti. 1:16). ¿Lees bien eso? ¡Es increíble! No importa que tan profundo has caído, si Dios tuvo paciencia con Pablo y lo uso como ejemplo para todos nosotros, de que la gracia de Dios es tan profunda y disponible para todo el que cree, lo puede hacer contigo y conmigo. Él puede usar nuestra oscuridad para convertirla en luz para otros; para anunciarle a los demás que tenemos a un Dios que salva, perdona y transforma por completo.

Este cambio radical en el corazón de una persona solo es el resultado de esta gracia divina tan maravillosa. Deseo que al final de nuestra vida, y por toda la eternidad, todos podamos decir junto con Pablo: “¡Que todo el honor y toda la gloria sean para Dios por siempre y para siempre!” (1 Ti. 1:17).

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