Mefi-boset, el lisiado
Superabundante
“Y Mefiboset, quien estaba lisiado de ambos pies, vivía en Jerusalén y comía a la mesa del rey.” — 2 Samuel 9:13
Si la vida de David es un reflejo de un corazón conforme al de Dios, su historia con Mefi-boset es una que ilustra esta verdad por completo. Para los que creen que el Antiguo Testamento es una historia llena de juicios divinos, ésta es una que hace cambiar ese pensamiento por completo. Aquí vemos la gracia abundante de Dios siendo derramada sobre las personas menos pensadas. Mefi-boset es el objeto de la misericordia de Dios, mientras que David es solo un conducto.
Todos somos Mefi-boset. No hay nadie que pueda decir: “Yo no me parezco a él”. Pero amigo, mientras más profundices en esta historia, te aseguro que vas a decir: “Esta es la historia de mi vida”. Cuanto más comprendas las verdades que se esconden en este pasaje, más vas a saborear la dulce e infinita gracia de Dios.
¿Quién es Mefi-boset?
Mefi-boset es el hijo de Jonatán, nieto del rey Saúl, aquel que quería matar al ahora rey David. Ellos murieron y el niño quedó a cargo de su nodriza. Cuando ella se enteró de la noticia, salió huyendo, y en la huída se le cayó Mefi-boset. Esta caída fue grave; si lo dejó marcado, lisiado y paralítico. Pero, ¿porqué huían? Bien pudo haber sido por temor a que el rey David tomará venganza por su propia mano y asesinará a toda la familia del rey anterior. Eso es lo que se acostumbraba en aquellos tiempos para que no existiera ninguna clase de insurrección contra el nuevo rey. Pero lo que ellos no sabían, era el pacto entre Jonatán y David (1 Sam. 20). Lo único que Jonatán le pidió a David fue que tuviera misericordia de su familia, y eso fue lo que hizo David años después.
Encontrado
Mefi-boset ahora se encuentra escondido en un lugar llamado Lo-debar, que significa “lugar sin pastos”. Sumando a esto, su nombre tiene un significado lamentable: “el que esparce vergüenza”. Así que, Mefi-boset es alguien que vive en el lugar más árido de su vida, en un lugar infructífero, lleno de vergüenzas y temores en todo su ser; escondido y hundido en la oscuridad de una vida infeliz. Pero es en la peor temporada de su vida donde el rey David trae a memoria el pacto que hizo con su mejor amigo. El deseo más grande de David en ese momento era ser un reflejo de la maravillosa gracia de Dios. Así como Él había recibido tanto por pura gracia, él anhela hacer lo mismo por la casa de Jonatán. Y aunque el padre de Jonatán fue su peor enemigo, nunca faltó a su promesa ni a su palabra con su descendencia. Sostuvo el pacto con su difunto amigo por el amor que invadía su corazón.
David mandó a buscar a Mefi-boset, lo sacó de su escondite y lo trajo hasta su misma presencia. No lo juzgó ni le recordó los maltratos que su abuelo había hecho con él. No lo cuestionó ni lo miró feo por su condición física. Lo único que David le dijo al verlo fue: “No tengas temor. Toma todo lo que te pertenece”. Pero es tanto el asombro de Mefi-boset que su respuesta fue una de humillación: “¿Quién es su siervo para que le muestre tal bondad a un perro muerto como yo?”.
Es aquí donde nos parecemos a Mefi-boset. Estamos lisiados por causa del pecado que entró en el mundo. Nacimos y crecimos fragmentados y dominados por esta naturaleza caída que nos aleja de Dios. Pero Él, que es rico en misericordia, en su debido tiempo nos mandó llamar y nos trajo hasta su presencia. Es tanta la gracia que Él ha derramado, que despierta en nosotros un sentido de indignidad, sin embargo, Dios no nos dejó tirados allí. Nos levantó y reafirmó sus promesas una y otra vez. Nos perdonó y limpió en la sangre de su Hijo. Esto me hace recordar los versos de una canción: “Te busco, me encuentras”. ¡Dios me encontró! Yo estaba perdido, pero Él me halló y me hizo regresar al verdadero hogar.
Adoptados
Mefi-boset ahora es parte de la familia real. Todo ha cambiado para bien. David lo incluyó en su familia, lo adoptó, y lo hizo como a uno de sus hijos. Dios ha hecho con nosotros de la misma manera. Pablo lo expresa así: “Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo.” (Ef. 1:5). Cuando Mefi-boset fue adoptado, inmediatamente recibió toda la herencia que le pertenecía. No se le negó nada, pues había obtenido de regreso el derecho que era suyo. Mientras él estuviera lejos, nunca iba a poder disfrutar esa herencia.
El pecado hizo lo mismo en nosotros: nos sacó del paraíso, perdimos toda comunión con Dios y lo que por gracia se nos había dado, lo tuvimos que obtener con trabajo (Gen. 3). Pero cuando entró Jesús al mundo todo eso se hizo posible de nuevo por la fe en su vida y sacrificio. Jesús es el único por medio de quien podemos ser adoptados en la gran familia real y celestial. Nada se puede hacer aparte de Él. Es más, la herencia que el Padre le ha otorgado al Hijo es nuestra también. Somos herederos junto con Cristo (Rom. 8:17). Podemos disfrutar de todo este tesoro, aún cuando estamos lisiados. La gracia ha cubierto todas nuestras imperfecciones y nos permite disfrutar de la gloria de Dios.
Siempre a su mesa
Siempre he creído que el momento humano más sagrado del día es la hora de la comida. Es el tiempo en donde nos olvidamos del trabajo, la escuela, y cualquier otro problema cotidiano para disfrutar de la familia. Personalmente, no me gusta que nadie llame en esa hora; lo único que quiero es disfrutar con los míos esos breves minutos. Es allí, sentados frente a frente, donde podemos platicar y reír cómodamente. No importa si un día anterior alguno de los hijos se portó mal, siempre será aceptado para comer en la mesa junto a su familia.
Mefi-boset es tratado como uno de los hijos del rey. Puede sentarse a la mesa junto al rey y su familia, mirarlos cara a cara, mientras que el largo del mantel cubre la discapacidad de sus piernas. De igual manera, Jesús nos invita a sentar en su mesa. Él es el amigo de pecadores que convivió con cobradores de impuestos, ladrones, prostitutas y toda clase de personas para hablarles al corazón. Él es el Rey que nos lleva al lugar de honor, donde solo la gracia puede colocarnos pese a nuestras manchas. Jesús es un rey que no solo invita, sino que sirve a sus invitados. El Rey del universo se dedica a atender a su posesión más preciada (Lc. 12:37), y más a aquellos que saben que no pueden hacer nada por sí solos. Solo Cristo satisface las necesidades de sus invitados.
Lo único que debes saber es que ya no importa más si estas lisiado de ambos pies. ¡Su gracia ha cubierto tus imperfecciones! Ahora estás sentado para siempre a su mesa, y puedes disfrutar de un banquete continuo en su presencia.