Abraham, el mentiroso
Superabundante
“Abraham presentó a su esposa, Sara, diciendo: “Ella es mi hermana”…Entonces Abimelec tomó algunas de sus ovejas y cabras, ganado y también siervos y siervas, y entregó todo a Abraham…Entonces Abraham oró a Dios, y Dios sanó a Abimelec, a su esposa y a sus siervas para que pudieran tener hijos. Pues el Señor había hecho que todas las mujeres quedaran estériles debido a lo que pasó con Sara, la esposa de Abraham.” – Génesis 20:2,14, 17–18
A nadie le gustan las mentiras, especialmente a aquellos que te abren la puerta de la confianza. Pero seamos sinceros, todos hemos mentido alguna vez en la vida. Decimos una mentira completa o una verdad a medias, lo cual es lo mismo. No ser honestos en todo nos convierte en mentirosos. Algunas veces mentimos por proteger a otros, pero la mayoría de las ocasiones lo hacemos para salvar nuestra propia vida. No queremos que nuestra persona se vea dañada. Primero yo, después yo y al último mi prójimo.
Tal es el caso de Abraham. Sí, el padre de la fe y de la nación de Israel. Aquel hombre a quien Dios le dio promesas de una descendencia tan grande como las estrellas del cielo y como la arena del mar (Gn. 13:16;15:5). Su vida es un testimonio vivo de milagros y promesas cumplidas. Aún el apóstol Pablo habla bien de él en el libro de Romanos. Dice que nunca dudó ni albergó incredulidad en su corazón, a pesar de tener razones para hacerlo (Rom. 4:18–20). Pero como todos los hombres, frágiles y débiles, Abraham tenía su talón de Aquiles: la mentira.
Abraham vuelve a mentir
Dios había llamado a Abraham para que saliera de su país y dejara a un lado a su familia. El Señor tenía un propósito en mente para toda la raza humana y por medio de Abraham es que se iba a cumplir. Apenas dejó a su familia, se fue hacia Egipto por causa de un hambre terrible que había azotado la tierra de Canaán.
Cuando llegaron a la frontera de Egipto, curiosamente Abraham se da cuenta de lo hermosa que es su esposa Sara. Lo primero que pasa por su mente es: “Diles que eres mi hermana para que no me maten”. He aquí la primera mentira de Abraham y con el fin de proteger su propia vida, sin importar lo que los egipcios pudieran hacer con Sara. A Abraham le fue bien, pues le regalaron toda clase de bienes a cambio de Sara, pero ¿y la integridad física de su esposa? Aún a pesar de esa mentira, Dios es tan bueno que protege a los que él llama para sus propósitos. ¿Cómo los cuido el Señor? Enviando plagas terribles al faraón y a su familia. Abraham no pudo proteger a su esposa, pero Dios es quien siempre guarda de todo mal a los desamparados (Gn. 12). En esta historia, el faraón termina por reclamarle a Abraham su mentira y expulsarlo de su territorio.
Una vez escuché que un hombre inteligente aprende de sus propios errores, y uno sabio de los errores de los demás. Pero ocho capítulos después, parece que Abraham no había aprendido la lección. Dios ya le había confirmado una y otra vez la promesa de tener un hijo y una descendencia incontable. Dios ya había hecho pacto firme con Abraham (Gn. 15), y Abraham ya se había circuncidado como señal de su fe en la promesa de Dios (Gn. 17). Ahora está en una nueva tierra y con otro rey a cargo de ese lugar, Abimelec. Apenas se estaban presentando cuando Abraham vuelve a decir: “Ella es mi hermana”. De nuevo, el rey toma a Sara, estando ya embarazada de Isaac. Y es aquí donde pregunto: ¿Qué necesidad tenía Abraham de mentir? ¿Acaso no tenía a un Dios todo poderoso que podía protegerlo en cualquier situación? Abraham pudo haber ejercido en esta situación la misma fe con la que salió de Ur, intercedió por Lot y creyó la provisión de un hijo. Pero, muchas veces en la vida nos topamos con viejas situaciones que expondrán viejos pecados que están morando en nuestro corazón, y que solo están esperando el momento ideal para mostrarse.
Dios, de nueva cuenta fue tan misericordioso con ellos, que alertó a Abimelec de no tomar como esposa a Sara. ¡Bendito sea Dios qué nos cuida aún a pesar de nuestras debilidades!
Recompensado
Dios nunca dejará nuestras errores sin arreglar. Abimelec fue el instrumento que Él usó para convencer a Abraham de su mentira y engaño. Y aunque Abraham puso excusas e intenta justificar su mentira, vemos en el resto de su vida, que nunca más mintió. Creo que la reprensión de Abimelec fue suficiente para que un hombre de fe como Abraham, entendiera que no se puede ir por la vida engañando a todos para protegerse a sí mismo. Esta clase de engaño es egoísta, porque solo busca el beneficio personal, arriesgando el bien del otro. Pero un corazón sincero, siempre pondrá primero su vida por la de sus amigos.
Hay algo interesante en esta historia a diferencia de la primera. En Egipto, Abraham recibe regalos y después es descubierto; con Abimelec, primero es descubierto, y después es premiado. Espera…¿premiado por decir una mentira? No, no necesariamente así, sino que Dios nunca retiene su gracia para con sus hijos, a pesar de que son débiles. El pecado de Abraham ya había sido expuesto, pero Dios nunca nos deja desnudos en nuestra vergüenza. Al contrario, siempre nos arropa con su bondad y misericordia. Nos corona de favores y misericordias; nos recompensa de maneras inimaginables. Dios permanece fiel a sus promesas, no basado en nuestro buen o mal desempeño, sino porque ese es Su carácter.
Dios aún usa vasijas débiles
La gracia de Dios nos hace útiles pese a nuestros errores. Nuestras imperfecciones no son impedimento para que Dios pueda perfeccionarse a través de nosotros. Esta es una verdad demasiado liberadora, y Abraham es un ejemplo de esto. Dios había cerrado toda matriz de las mujeres de la casa de Abimelec, cuando este tomo a Sara como mujer. El Señor le habló a Abimelec en sueños y le dijo lo siguiente: “Ahora devuelve la mujer a su esposo; y él orará por ti, porque es profeta.” (Gn. 20:7). Espera un segundo, ¿un hombre mentiroso considerado un profeta? Y, ¿qué es un profeta? En palabras simples, es alguien que habla un mensaje y una verdad de parte de Dios. Así que, aquí tenemos a un Abraham que había mentido, pero al mismo tiempo es considerado un hombre de verdad, un profeta. Y es que la gracia no te llama por el pecado que hayas cometido, sino por lo que Dios ve que tu eres en Cristo Jesús.
Dios usó toda esta situación para traer gloria a su nombre, como un Dios que responde a la oración de los justos. “Entonces Abraham oró a Dios, y Dios sanó a Abimelec, a su esposa y a sus siervas para que pudieran tener hijos” (Gn. 20:17). ¡Esto es asombroso! Dios no está limitado por nuestras flaquezas. Él aún derrama gracia sobre sus hijos para que al servir a otros, matrices cerradas sean abiertas, enfermos sean sanos, y cautivos sean libres. ¡Dios aún usa vasijas débiles! Y esto es lo maravilloso de la gracia: que incluso el peor mentiroso puede llevar la verdad de Dios por toda la tierra.